Publicado: 09 de mayo del 2011
Hace 19 años los demócratas fueron aplastados en una noche de tanques, culpados de todos los males del país y puestos en la picota pública. Valiéndose de su cargo de presidente Alberto Fujimori adoptó lo que denominó una “actitud de excepción”, bajo la promesa de la reconstrucción nacional y el progreso. El Perú que hoy tenemos y que está próximo a decidir entre Fujimorismo y nacionalismo, fue engendrado en un domingo de golpe de Estado.
…sentimos que algo nos impide continuar avanzando por la senda de la reconstrucción nacional y el progreso. Y el pueblo del Perú sabe la causa de este entrampamiento, sabe que no es otro que la descomposición de la institucionalidad vigente. El caos y la corrupción, la falta de identificación con los grandes intereses nacionales de algunas instituciones fundamentales, como el Poder Legislativo y el Poder Judicial, traban la acción de gobierno orientada al logro de los objetivos de la reconstrucción y el desarrollo nacionales.
A la inoperancia del Parlamento y la corrupción del Poder Judicial se suman la evidente actitud obstruccionista y conjura encubierta contra los esfuerzos del pueblo y del gobierno por parte de las cúpulas partidarias. Estas cúpulas, expresión de la politiquería tradicional, actúan con el único interés de bloquear las medidas económicas que conduzcan al saneamiento de la situación de bancarrota que, precisamente, ellas dejaron.
Mensaje a la Nación del Presidente de la República
Ing. Alberto Fujimori
5 de abril de 1992.
El reloj marcaba las 10.30 de la noche cuando el televisor empezó a anunciar un mensaje del presidente. Cambié de estación y me di cuenta que los canales habían entrado en cadena. Demoró algunos minutos y entonces apareció la figura del presidente, con terno y grandes anteojos redondos, teniendo como fondo un mapa del Perú y a su costado un pequeño pendón con la bandera nacional. Hablaba moviendo una sola mano y manteniendo la misma expresión a lo largo de toda la lectura del texto.
Algo grave se venía. Pero Fujimori fue lentamente hacia su objetivo. La “reconstrucción nacional y el progreso” estaban trabados por la descomposición de las instituciones y eso el pueblo lo sabía. El Congreso y el Poder Judicial estaban sumidos en el caos y en la corrupción, y carecían de identificación con los “grandes intereses nacionales”, y a todo esto se sumaba la “conjura de las cúpulas partidarias”, que se proponían sabotear la labor purificadora del gobierno.
No era algo demasiado nuevo en el discurso de esos años. Fujimori había atacado sistemáticamente a los otros poderes del Estado y a la “partidocracia”, en un afán que muchos consideraban inofensivo, porque no tenía instrumentos legales para hacer nada contra ellos.
La identidad del Fujimorismo se fue consolidando como un proyecto autoritario y antipartido que no podía ir mucho más lejos que las denuncias. El domingo 5 abril de 1992, Alberto Fujimori iba a demostrar que lo que había estado haciendo era crear una corriente de opinión pública, para poder dar finalmente el zarpazo.
Nuevas instituciones“La actual formalidad democrática es engañosa, falsa; sus instituciones sirven a menudo los intereses de todos los grupos privilegiados. Es cierto que la propia Constitución prevé los mecanismos para su modificación, pero es igualmente cierto que para que ello suceda se necesitan dos primeras legislaturas ordinarias consecutivas, lo que vendría a significar que, casi al término del presente mandato, recién contaríamos con los instrumentos legales necesarios para la reconstrucción general del Perú. Y ello si el Congreso se decide a aprobar las modificaciones necesarias, incluyendo aquellas que son contrarias a los intereses de los propios parlamentarios, como por ejemplo, la reducción de sus emolumentos o la no-reelección.”
“¿Cuál es la institución o mecanismo que permitiría realizar todos los cambios profundos que a su vez hagan posible el despegue del Perú? Sin lugar a dudas ni el Parlamento, ni el Poder Judicial son hoy por hoy agentes de cambio, sino más bien freno a la transformación y el progreso”.
A esas alturas del mensaje era obvio que estábamos pasando del discurso agresivo a la decisión. Fujimori que hasta ese día no había propuesto ante el Congreso ninguna reforma constitucional importante a la Carta de 1979, se levantaba contra la ley fundamental. Y asumía que el Congreso y el Poder Judicial le impedirían cualquier cambio. En ese punto Fujimori entró directamente en materia:
“Como Presidente de la República, he constatado directamente todas estas anomalías y me he sentido en la responsabilidad de asumir una actitud de excepción para procurar aligerar el proceso de esta reconstrucción nacional, por lo que he decidido tomar las siguientes trascendentales medidas.
1. Disolver temporalmente el Congreso de la República, hasta la aprobación de una nueva estructura orgánica del Poder Legislativo, la que se aprobará mediante un plebiscito nacional.
2. Reorganizar totalmente el Poder Judicial, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales, y el Ministerio Público para una honesta y eficiente administración de justicia.
3. Reestructurar la Contraloría General de la República con el objeto de lograr una fiscalización adecuada y oportuna de la administración pública, que conduzca a sanciones drásticas a los responsables de la malversación de los recursos del Estado”.
Una “actitud de excepción” era lo que estaba ocurriendo en esos momentos en las calles, donde los tanques y los soldados se desplazaban para tomar el Congreso y el Palacio de Justicia, y para detener dirigentes políticos y periodistas. La voz metálica sonó como un látigo en los oídos de todos los que seguían las palabras presidenciales.
“Primero, disolver, repito disolver, temporalmente el Congreso de la República…”
Era la derrota de la clase política que había entregado facultades extraordinarias para que Fujimori pudiera dictar más de 100 decretos, la mayoría de ellos excedidos de los marcos fijados por el Congreso y de la propia Constitución. El naciente dictador jamás se arrepintió de esta caracterización en los siguientes años de su gobierno, ni durante su exilio japonés, ni en sus declaraciones judiciales, ni desde la prisión.
Su propia hija que también se refugia en la supuesta “excepcionalidad” y en la “necesidad” de las medidas especiales por las circunstancias que vivía el país, no ha corregido el enfoque de fondo del 5 de abril. Lo que hay que discutir no es sólo si los partidos eran tan malos como decía Fujimori, sino si realmente hay ahora instituciones eficaces e integradoras de los peruanos.
La Constitución El discurso del 5 de abril anunció la Constitución de un Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, presidido por Alberto Fujimori, que siguió usando el nombre de “presidente constitucional”, a pesar de su claro perfil de dictador, que concentraba los poderes y actuaba por fuera de la Constitución.
En perspectiva al futuro, Fujimori ofrecía una nueva Carta post período de dictadura abierta:
“…próximamente se nombrará una comisión, que será integrada por connotados juristas, para que elabore un proyecto de reforma constitucional con el fin ya expresado de adecuar nuestra Carta Magna a los fines del desarrollo, la modernización y la pacificación del país. En su oportunidad se convocará a un plebiscito nacional para la aprobación de esta reforma”.
Este fue el único capricho que Fujimori no pudo realizar debido a la necesidad de ofrecer alguna rama de olivo a las presiones internacionales de reinstitucionalización. La comisión de connotados juristas nunca existió y el gobierno transó en convocar un llamado Congreso Constituyente Democrático CCD, para que redactara la Constitución.
“Como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, he dispuesto que éstas tomen inmediatamente las acciones pertinentes a fin de garantizar las medidas anunciadas y cautelar el orden y la seguridad ciudadanas. Buenas noches”.
Fujimori nos había anunciado que afuera Lima era una ciudad ocupada por las armas y que lo mismo acontecía en el interior del país, donde los gobiernos regionales quedaban disueltos y los medios de comunicación impedidos de actuar con su propia posición.
Un día después El 6 de abril, las ondas de radio y la televisión recogían opiniones de gran contraste. Los políticos opinaban que había ocurrido un hecho inaceptable, los abogados hablaban del derecho de insurgencia y algunos periodistas colocaban en blanco sus páginas para denunciar la censura previa. Pero los que opinaban en una encuesta radial, vía llamadas por la radio, daban una opinión contraria.
Casi de casualidad pude tomar nota de una llamada telefónica bastante significativa a una radio: “los intelectuales, esa gente que ha leído mucho, que sabe hablar, debería dejar de hacer críticas sobre lo que ha pasado. El pueblo tiene sus ideas. No importa si nos equivocamos. Por lo menos serán nuestro errores y no de otros”.
Sentí como que el que decía esto estaba transmitiendo una idea clave. Nosotros elegimos a Fujimori, pero la clase política no lo deja gobernar, con sus normas e instituciones. Por eso se justifica patear el tablero para volver a comenzar.
Ignoro cómo evaluaría años después sus propias palabras el espontáneo radial. El hecho es que el 5 de abril fue también una derrota de los intelectuales, de los que leen y de los que saben hablar,, como si todos fueran un equivalente de Alan García, que en la noche del golpe corría por los techos y unos días después saldría al exilio Colombiano.
Las encuestas decían que más del 80% apoyaba el golpe. En el 2000, el apoyo Fujimorista se movía alrededor del 50% y en el 2011 todavía era el 23% de LA PRIMERA vuelta. Ahora para lograr la mitad más uno de los votos necesarios para ganar la segunda vuelta, el Fujimorismo requiere irónicamente del respaldo de muchos de los derrotados y vilipendiados del 5 de abril.
Con la partidocracia corrupta y los grupos de poder vuelven los golpistas casi veinte años después. Y depende del pueblo que seamos capaces de cerrarles el paso.
Raúl Wiener
Unidad de Investigación
…sentimos que algo nos impide continuar avanzando por la senda de la reconstrucción nacional y el progreso. Y el pueblo del Perú sabe la causa de este entrampamiento, sabe que no es otro que la descomposición de la institucionalidad vigente. El caos y la corrupción, la falta de identificación con los grandes intereses nacionales de algunas instituciones fundamentales, como el Poder Legislativo y el Poder Judicial, traban la acción de gobierno orientada al logro de los objetivos de la reconstrucción y el desarrollo nacionales.
A la inoperancia del Parlamento y la corrupción del Poder Judicial se suman la evidente actitud obstruccionista y conjura encubierta contra los esfuerzos del pueblo y del gobierno por parte de las cúpulas partidarias. Estas cúpulas, expresión de la politiquería tradicional, actúan con el único interés de bloquear las medidas económicas que conduzcan al saneamiento de la situación de bancarrota que, precisamente, ellas dejaron.
Mensaje a la Nación del Presidente de la República
Ing. Alberto Fujimori
5 de abril de 1992.
El reloj marcaba las 10.30 de la noche cuando el televisor empezó a anunciar un mensaje del presidente. Cambié de estación y me di cuenta que los canales habían entrado en cadena. Demoró algunos minutos y entonces apareció la figura del presidente, con terno y grandes anteojos redondos, teniendo como fondo un mapa del Perú y a su costado un pequeño pendón con la bandera nacional. Hablaba moviendo una sola mano y manteniendo la misma expresión a lo largo de toda la lectura del texto.
Algo grave se venía. Pero Fujimori fue lentamente hacia su objetivo. La “reconstrucción nacional y el progreso” estaban trabados por la descomposición de las instituciones y eso el pueblo lo sabía. El Congreso y el Poder Judicial estaban sumidos en el caos y en la corrupción, y carecían de identificación con los “grandes intereses nacionales”, y a todo esto se sumaba la “conjura de las cúpulas partidarias”, que se proponían sabotear la labor purificadora del gobierno.
No era algo demasiado nuevo en el discurso de esos años. Fujimori había atacado sistemáticamente a los otros poderes del Estado y a la “partidocracia”, en un afán que muchos consideraban inofensivo, porque no tenía instrumentos legales para hacer nada contra ellos.
La identidad del Fujimorismo se fue consolidando como un proyecto autoritario y antipartido que no podía ir mucho más lejos que las denuncias. El domingo 5 abril de 1992, Alberto Fujimori iba a demostrar que lo que había estado haciendo era crear una corriente de opinión pública, para poder dar finalmente el zarpazo.
Nuevas instituciones“La actual formalidad democrática es engañosa, falsa; sus instituciones sirven a menudo los intereses de todos los grupos privilegiados. Es cierto que la propia Constitución prevé los mecanismos para su modificación, pero es igualmente cierto que para que ello suceda se necesitan dos primeras legislaturas ordinarias consecutivas, lo que vendría a significar que, casi al término del presente mandato, recién contaríamos con los instrumentos legales necesarios para la reconstrucción general del Perú. Y ello si el Congreso se decide a aprobar las modificaciones necesarias, incluyendo aquellas que son contrarias a los intereses de los propios parlamentarios, como por ejemplo, la reducción de sus emolumentos o la no-reelección.”
“¿Cuál es la institución o mecanismo que permitiría realizar todos los cambios profundos que a su vez hagan posible el despegue del Perú? Sin lugar a dudas ni el Parlamento, ni el Poder Judicial son hoy por hoy agentes de cambio, sino más bien freno a la transformación y el progreso”.
A esas alturas del mensaje era obvio que estábamos pasando del discurso agresivo a la decisión. Fujimori que hasta ese día no había propuesto ante el Congreso ninguna reforma constitucional importante a la Carta de 1979, se levantaba contra la ley fundamental. Y asumía que el Congreso y el Poder Judicial le impedirían cualquier cambio. En ese punto Fujimori entró directamente en materia:
“Como Presidente de la República, he constatado directamente todas estas anomalías y me he sentido en la responsabilidad de asumir una actitud de excepción para procurar aligerar el proceso de esta reconstrucción nacional, por lo que he decidido tomar las siguientes trascendentales medidas.
1. Disolver temporalmente el Congreso de la República, hasta la aprobación de una nueva estructura orgánica del Poder Legislativo, la que se aprobará mediante un plebiscito nacional.
2. Reorganizar totalmente el Poder Judicial, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales, y el Ministerio Público para una honesta y eficiente administración de justicia.
3. Reestructurar la Contraloría General de la República con el objeto de lograr una fiscalización adecuada y oportuna de la administración pública, que conduzca a sanciones drásticas a los responsables de la malversación de los recursos del Estado”.
Una “actitud de excepción” era lo que estaba ocurriendo en esos momentos en las calles, donde los tanques y los soldados se desplazaban para tomar el Congreso y el Palacio de Justicia, y para detener dirigentes políticos y periodistas. La voz metálica sonó como un látigo en los oídos de todos los que seguían las palabras presidenciales.
“Primero, disolver, repito disolver, temporalmente el Congreso de la República…”
Era la derrota de la clase política que había entregado facultades extraordinarias para que Fujimori pudiera dictar más de 100 decretos, la mayoría de ellos excedidos de los marcos fijados por el Congreso y de la propia Constitución. El naciente dictador jamás se arrepintió de esta caracterización en los siguientes años de su gobierno, ni durante su exilio japonés, ni en sus declaraciones judiciales, ni desde la prisión.
Su propia hija que también se refugia en la supuesta “excepcionalidad” y en la “necesidad” de las medidas especiales por las circunstancias que vivía el país, no ha corregido el enfoque de fondo del 5 de abril. Lo que hay que discutir no es sólo si los partidos eran tan malos como decía Fujimori, sino si realmente hay ahora instituciones eficaces e integradoras de los peruanos.
La Constitución El discurso del 5 de abril anunció la Constitución de un Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, presidido por Alberto Fujimori, que siguió usando el nombre de “presidente constitucional”, a pesar de su claro perfil de dictador, que concentraba los poderes y actuaba por fuera de la Constitución.
En perspectiva al futuro, Fujimori ofrecía una nueva Carta post período de dictadura abierta:
“…próximamente se nombrará una comisión, que será integrada por connotados juristas, para que elabore un proyecto de reforma constitucional con el fin ya expresado de adecuar nuestra Carta Magna a los fines del desarrollo, la modernización y la pacificación del país. En su oportunidad se convocará a un plebiscito nacional para la aprobación de esta reforma”.
Este fue el único capricho que Fujimori no pudo realizar debido a la necesidad de ofrecer alguna rama de olivo a las presiones internacionales de reinstitucionalización. La comisión de connotados juristas nunca existió y el gobierno transó en convocar un llamado Congreso Constituyente Democrático CCD, para que redactara la Constitución.
“Como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional, he dispuesto que éstas tomen inmediatamente las acciones pertinentes a fin de garantizar las medidas anunciadas y cautelar el orden y la seguridad ciudadanas. Buenas noches”.
Fujimori nos había anunciado que afuera Lima era una ciudad ocupada por las armas y que lo mismo acontecía en el interior del país, donde los gobiernos regionales quedaban disueltos y los medios de comunicación impedidos de actuar con su propia posición.
Un día después El 6 de abril, las ondas de radio y la televisión recogían opiniones de gran contraste. Los políticos opinaban que había ocurrido un hecho inaceptable, los abogados hablaban del derecho de insurgencia y algunos periodistas colocaban en blanco sus páginas para denunciar la censura previa. Pero los que opinaban en una encuesta radial, vía llamadas por la radio, daban una opinión contraria.
Casi de casualidad pude tomar nota de una llamada telefónica bastante significativa a una radio: “los intelectuales, esa gente que ha leído mucho, que sabe hablar, debería dejar de hacer críticas sobre lo que ha pasado. El pueblo tiene sus ideas. No importa si nos equivocamos. Por lo menos serán nuestro errores y no de otros”.
Sentí como que el que decía esto estaba transmitiendo una idea clave. Nosotros elegimos a Fujimori, pero la clase política no lo deja gobernar, con sus normas e instituciones. Por eso se justifica patear el tablero para volver a comenzar.
Ignoro cómo evaluaría años después sus propias palabras el espontáneo radial. El hecho es que el 5 de abril fue también una derrota de los intelectuales, de los que leen y de los que saben hablar,, como si todos fueran un equivalente de Alan García, que en la noche del golpe corría por los techos y unos días después saldría al exilio Colombiano.
Las encuestas decían que más del 80% apoyaba el golpe. En el 2000, el apoyo Fujimorista se movía alrededor del 50% y en el 2011 todavía era el 23% de LA PRIMERA vuelta. Ahora para lograr la mitad más uno de los votos necesarios para ganar la segunda vuelta, el Fujimorismo requiere irónicamente del respaldo de muchos de los derrotados y vilipendiados del 5 de abril.
Con la partidocracia corrupta y los grupos de poder vuelven los golpistas casi veinte años después. Y depende del pueblo que seamos capaces de cerrarles el paso.
Raúl Wiener
Unidad de Investigación
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